domingo, 25 de julio de 2010

EL JUICIO DE PARIS / LA MANZANA DE LA DISCORDIA




HIGINO, Fábulas 92, 1-2
Venus asiste al banquete de Tetis y Peleo

Se dice que, en la boda de Tetis y Peleo, Júpiter convocó a todos los dioses excepto a Eris, esto es, Discordia, quien, al presentarse más tarde y no ser admitida al banquete, lanzó desde la puerta a los asistentes una manzana y dijo que se la llevara la más hermosa. Comenzaron a reclamar para sí este título Juno, Venus y Minerva, entre las que se produjo una gran disputa. Júpiter mandó a Mercurio que las condujera ante Alejandro Paris en el monte Ida y que ordenara a éste actuar como juez.

LUCIANO, Diálogos de los dioses XX Juicio de Paris
ZEUS: Hermes, coge esta manzana y vete donde el pastor hijo de Príamo y dile: "Paris, Zeus te ordena que juzgues cuál de estas diosas es la más hermosa; y que la vencedora reciba la manzana como premio de la competición".
AFRODITA: Por lo que a mí se refiere, iría confiada a la prueba, pero es necesario que también éstas acepten a esa persona.
HERA: Tampoco nosotras tenemos ningún miedo.
ZEUS: ¿También tú estás de acuerdo con esto, hija mía? Id, pues, y las vencidas no os enfadéis con el juez ni le hagáis ningún daño.
HERMES: Vayamos, yo delante, y vosotras seguidme. Yo conozco a Paris. No emitirá un fallo equivocado. Pero ya tenemos aquí a nuestro árbitro. Salud, pastor.
PARIS: Salud también a ti, joven. ¿Quién eres? ¿Quiénes son esas mujeres que traes contigo?
HERMES: ¡Es que no son mujeres, Paris! Estás viendo a Hera, a Atenea y a Afrodita, y yo soy Hermes, enviado por Zeus. No temas: Zeus te ordena que seas el juez de la belleza de estas diosas. El premio de la competición lo conocerás si lees la inscripción de esta manzana.
PARIS: La más hermosa, dice, debe recibirla. ¿Y cómo podría yo, que soy un mortal, llegar a ser juez de un espectáculo extraordinario y por encima de las posibilidades de un pastor? Su belleza me ha invadido por completo, se ha apoderado totalmente de mí y lo que siento es no tener, como argos, ojos por todo el cuerpo. Creo que sería un buen juez recompensando a todas con la manzana.
HERMES: Yo sólo sé que no es posible echarse atrás, tratándose de una orden de Zeus.
PARIS: Pero convéncelas al menos de que no se enfaden conmigo las dos que resulten vencidas.
HERMES: Dicen que así lo harán. Pero ya es hora de llevar a cabo el juicio.
PARIS: Lo intentaremos. Pero antes quiero saber si bastará examinarlas como están o será necesario que se desnuden para proceder a un examen más minucioso.
HERMES: Eso es algo que te corresponde a ti como juez, de manera que dispón lo que te plazca.
PARIS: ¿Lo que me plazca? Quiero verlas desnudas.
HERA: Muy bien, Paris. Yo me desnudaré la primera, para que veas que no sólo tengo blancos los brazos ni estoy engreída porque tenga ojos de novilla, sino que soy toda igualmente hermosa.
PARIS: Desnúdate también tú, Afrodita.
ATENEA: No hagas que se desnude, Paris, antes de quitarse el ceñidor. Además no debía presentarse tan ataviada ni pintada con tanto colorete, sino mostrar simplemente y al natural su belleza.
PARIS: Tiene razón en lo del ceñidor. ¡Quítatelo!
AFRODITA: ¿Y por qué no te quitas también tú, Atenea, el casco, y muestras tu cabeza desnuda, sino que agitas el penacho e intentas atemorizar al juez?
ATENEA: Ea, ya me he quitado el casco.
HERA: Entonces, desnudémonos.
PARIS: ¡Oh Zeus milagroso! ¡Qué espectáculo! ¡Qué belleza! ¡Qué placer! ¡Qué clase de doncella ésta! ¡Qué majestad la de esta otra! ¡Y aquélla, qué mirada tan dulce! Ya tengo felicidad suficiente. Pero, si os parece, quiero examinar a cada una en privado, porque ahora estoy perplejo y mis ojos se sienten atraídos por todas partes.
AFRODITA: Hagámoslo así.
PARIS: Retiraos entonces vosotras dos. Y tú, Hera, quédate.
HERA: Me quedo, y una vez me hayas examinado será también el momento de que consideres la recompensa por el voto a mi favor. Si juzgas que soy la más bella, serás dueño del Asia entera.
PARIS: Mi trabajo no se apoya en recompensas. Ea, retírate. Y tú, Atenea, acércate.
ATENEA: Ya estoy en tu presencia, Paris. Y si me declaras la más hermosa, nunca te retirarás derrotado de un combate. Porque te haré aguerrido e invencible.
PARIS: No tengo necesidad de guerras ni batallas, Atenea. Pero no te preocupes, que no saldrás perdiendo aunque dictara sentencias sin apoyarme en recompensas. Pero cúbrete ya y ponte el casco. Ahora es el turno de presentarse Afrodita.
AFRODITA: Aquí me tienes a tu lado. Examíname deteniéndote en cada uno de mis miembros. Y ahora escucha lo que voy a decirte. Ya hace tiempo que yo te alabo por tu belleza, pero te echo en cara que no te vayas a vivir a la ciudad, desperdiciando inútilmente tu belleza en el desierto. Debieras haberte casado ya con una griega de Argos, de Corinto, de Laconia, como Helena, por ejemplo, que es joven, hermosa y en nada inferior a mí, y, lo que es más importante, apasionada. Con toda seguridad, tú ya has oído hablar de ella.
PARIS: En absoluto, Afrodita, pero me gustaría que me contaras toda su historia.
AFRODITA: Es la hija de Leda, a cuyos brazos voló Zeus convertido en cisne. Es blanca, delicada, incluso se originó una guerra por ella, por haberla raptado Teseo cuando aún era demasiado joven. Sin embargo, cuando llegó a la pubertad, todos los más distinguidos aqueos pretendieron su mano y fue escogido Menelao. Si lo deseas, yo conseguiré que se case contigo.
PARIS: ¿Qué dices? ¿Una boda con una mujer que ya está casada?
AFRODITA: Tú eres joven e ignorante, yo sé cómo hay que arreglar estas cosas. Emprenderás un viaje, como si fueras a visitar Grecia, y una vez que llegues a Lacedemonia, Helena te verá. Lo demás es cosa mía, que se enamore de ti que te siga. Ten confianza. Yo tengo dos hijos muy bellos, Hímeros y Eros. Eros se meterá completamente en ella y la obligará a enamorarse, mientras que Hímeros se apoderá de ti te convertirá, como es él, en alguien deseable e irresistible. Yo misma pediré a las Gracias que me acompañen, para que entre todas podamos convencerla.
PARIS: Yo ya me estoy enamorando de Helena, me veo navegando rumbo a Grecia, y me parece encontrarme en Esparta y volver con ella, y ya me está molestando que no esté haciendo todo esto realmente.
AFRODITA: No te enamores, Paris, antes de premiar con tu fallo a tu casamentera y madrina de boda. De ti depende comprarlo todo, amor, belleza y boda, pagando con esta manzana. Prometo que te entregaré a Helena como esposa, que ella te seguirá y llegará contigo a Ilión, y que yo estaré a tu lado y colaboraré contigo en todo.
PARIS: Entonces, con esas condiciones te doy la manzana, y tú acéptala con las mismas.

No hay comentarios: