miércoles, 28 de julio de 2010

FEBO / APOLO



“El del arco de plata”, “el que dispara de lejos” era hijo de Zeus y Leto y hermano gemelo de Artemisa. Tuvo un nacimiento difícil porque Hera (celosa de Leto) retenía en el Olimpo a Ilítia, la divinidad de los partos felices. Finalmente Apolo nació en la isla de Ortigia, que desde entonces pasó a llamarse isla de Delfos, es decir “la brillante”.
Cuando Hera descubrió que Leto estaba embarazada y que Zeus era el padre, prohibió que diera a luz en terra firma, o el continente, o cualquier isla del mar. En su deambular, Leto encontró la recién creada isla flotante de Delos, que no era el continente ni una isla real, y dio a luz allí. La isla estaba rodeada de cisnes. Después, Zeus aseguró Delos al fondo del océano. Más tarde esta isla fue consagrada a Apolo.
También se afirma que Hera secuestró a Ilitía, la diosa de los partos, para evitar que Leto diese a luz. Los demás dioses engañaron a Hera para que la dejase ir ofreciéndole un collar de ámbar de ocho metros de largo. Los mitógrafos coinciden en que primero nació Artemisa y ésta ayudó a nacer a Apolo, o que Artemisa nació un día antes que Apolo, en la isla de Ortigia, y que ayudó a Leto a cruzar el mar hasta Delos el día siguiente para dar a luz a Apolo.
Cuatro días después de su nacimiento, Apolo mató al dragón ctónico Pitón, que vivía en Delfos junto a la fuente de Castalia. Esta fuente era la que emitía los vapores causantes de que el oráculo de Delfos hiciese sus profecías. Hera envió a la serpiente para perseguir y matar a Leto por todo el mundo. Para proteger a su madre, Apolo suplicó a Hefesto un arco y flecha. Tras recibirlos, Apolo arrinconó a Pitón en la cueva sagrada de Delfos.[27] Apolo mató a Pitón pero fue castigado por ello, ya que Pitón era un hijo de Gea.
Hera envió entonces al gigante Ticio a matar a Leto. Esta vez Apolo fue ayudado por su hermana Artemisa en la protección de su madre. Durante la batalla Zeus cedió finalmente su ayuda y arrojó a Ticio al Tártaro. Allí fue sujetado al suelo de roca, cubriendo nueve acres, y una pareja de buitres le comían el hígado diariamente.

En Delfos, uno de los lugares de culto más importantes del mundo clásico, estaba situado el templo consagrado a Apolo. Éste era muy famoso por su oráculo, considerado el centro del mundo. Allí se hacían predicciones. Se realizaban el día siete de cada mes, por ser ése el día del nacimiento del dios.

En el Santuario de Delfos un grupo de sacerdotes oficiaban ceremonias para adivinar el futuro. Sus predicciones solían siempre decir la verdad. La tradición relata que por una fisura del el suelo emanaba una sustancia que otorgaba a las personas que entraban en contacto con ella la capacidad de predecir el futuro. A veces, éstas se acompañaban de estados de convulsión de estilo epiléptico por parte de los adivinos o adivinas. Por el contrario los estudios arqueológicos niegan la existencia de fisuras en el suelo de este templo.

La razón más exacta por la que los adivinos y adivinas acertaban con sus predicciones es que el discurrir de los acontecimientos permitía hacer un análisis realista de la situación y prever de forma exacta lo que ocurriría en un futuro próximo. También es muy posible que la influencia del oráculo fuese tan grande que provocase la adaptación de los acontecimientos a las predicciones. Además, si el oráculo fallaba, los griegos nunca pensaban que era por error del mismo, sino porque se habían equivocado a la hora de interpretarlo.

Los que querían conocer su futuro, antes de entrar en el templo tenían que lavarse y purificarse (tradición que hoy en día se da en culturas como la de los musulmanes), entregar una cantidad de dinero y sacrificar ovejas o cabras a modo de pago. Después eran conducidos a la parte más profunda de una sala. Allí se hallaba la gran sacerdotisa del oráculo, llamada Pitonisa o Pitia, la cual se encontraba ya en trance sentada sobre el trípode sagrado de Apolo. La misma, para prepararse, tomaba baños purificantes y las abluciones y degluciones de agua de la fuente Castalia, próxima al templo. Parece probable la tesis de que junto a estos rituales masticaban las hojas de alguna planta alucinógena, posiblemente laurel.

Las Pitias eran en un principio muchachas jóvenes y vírgenes, que luego fueron sustituidas por ancianas. Ya en la sala, el consultor, separado por una cortinilla, transmitía su pregunta a un sacerdote, y éste a la pitonisa, la cual contestaba con gritos y palabras inteligibles que pensaban provenían del mismo Apolo. Después el sacerdote elaboraba una respuesta en verso de tipo enigmático.

Dejando a un lado el oráculo, a Apolo se le representaba como el dios del Sol, de la música, de la belleza masculina y de la profecía. Así, no nos extraña que entre sus hazañas se cuenten numerosos amoríos con ninfas y también mortales, hombres y mujeres. Era el dios de la poesía y la música, desde donde presidía los concursos de las Musas. También era un dios arquero capaz de matar, como su hermana Artemisa, de una manera rápida y dulce con sus flechas.
Augusto, emperador de Roma, lo adoptó como protector personal. Las máximas de la doctrina apolínea eran “conócete a ti mismo” y “nada en exceso”, llamadas a la moderación, la reflexión y la razón. Así, pecados como la insolencia o la soberbia, eran castigados sin piedad por él.
Un grupo de animales le eran especialmente consagrados: el lobo que se le sacrificaba y cuyas imágenes se asociaban en las monedas, el corzo o la cierva, el cisne, el delfín, el milano, el buitre y el cuervo, de cuyo vuelo se hacían presagios.

También era visto como un dios que podía traer la enfermedad y la plaga mortal, además de tener el poder de curarla. Entre sus cargos custodios Apolo tenía dominio sobre los colonos y era el patrón defensor de rebaños y manadas. Como jefe de las Musas (Apolo Musageta) y director de su coro actuaba como dios patrón de la música y la poesía. Hermes creó la lira para él, y el instrumento se convirtió en un atributo común de Apolo. Los himnos cantados en su honor recibían el nombre de peanos.

Una de las historias que hablan de los y las amantes más conocidas de Apolo, es la de quiso tener con la ninfa Dafne. Hija de Peneo, quien le había desdeñado. En el relato de Ovidio para el público romano, Apolo Febo se burla de Cupido por jugar con un arma propia de hombres, lo que hace que éste le hiera con una flecha dorada; simultáneamente, sin embargo, le había disparado una flecha de plomo a Dafne, haciendo que ésta sintiese repulsión hacia Apolo. Tras una fogosa persecución, Dafne rezó a la Madre Tierra —o alternativamente a su padre, un dios río— pidiendo ayuda, y ésta le transformó en un árbol de laurel, consagrado a Apolo. El árbol de laurel cuyas hojas usaban sus sacerdotisas en Delfos.

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