lunes, 19 de julio de 2010

HESTIA / VESPA


Era la primogénita de los titanes Crono y Rea, y la primera en ser devorada por su padre al nacer. Tras la guerra contra los Titanes, Hestia fue cortejada por Poseidón y por Apolo, pero juró sobre la cabeza de Zeus que permanecería siempre virgen, a lo que el rey de los dioses correspondió cediéndole los lugares preeminentes de todas las casas y la primera víctima de todos los sacrificios públicos, por evitar con su negativa una primera disputa entre los dioses.

Como diosa del hogar y la familia, Hestia apenas salía del Olimpo, y nunca se inmiscuía en las disputas de los dioses y los hombres, por lo que paradójicamente pocas veces aparece en los relatos mitológicos a pesar de ser una de las principales diosas de la religión griega y, posteriormente, romana. Muestra de esta importancia es el hecho de que Hestia era la primera a quien se le hacían las ofrendas en los banquetes, antes incluso que a Zeus. Se le solían sacrificar terneras de menos de un año, aludiendo a su virginidad.

Ovidio narra una escena en la que Príapo, borracho, había intentado violar a Hestia en una fiesta a la que habían acudido todos los dioses y tras la cual se habían quedado dormidos. El rebuzno del asno de Sileno despertó a la diosa justo cuando su agresor se abalanzaba sobre ella, dándole el tiempo suficiente para huir despavorida originando una situación bastante cómica. Sin embargo, es posible que esta historia sea una deformación latina posterior de una escena protagonizada por la ninfa Lotis.

La escena también cuenta que en lugar de ser Hestia quien escapaba, fue Príapo, ya que al despertar la diosa, le empezó a gritar y él huyó. Este hecho provocó que el asno fuese su animal favorito y en sus festividades, estos animales eran engalanados con guirnaldas.

Cuando Dionisos entra en el Olimpo, Hestia cede su puesto en el consejo de los doce dioses, para así fortalecer su categoría de dios olímpico, mientras ella se dedica por completo al cuidado del fuego sagrado del Olimpo. Según los himnos homéricos, su mansión estaba ubicada en la parte más alta del Olimpo.

Fue una diosa muy importante para el culto romano. Su templo era circular y estaba levantado en el Foro. En él, ardía constantemente el fuego de la ciudad, símbolo de la prosperidad del Estado y que nunca debía apagarse por el bien del mismo.

La vida recluida al servicio de un dios no es algo que parta del cristianismo, ni de los conventos medievales. Éstas, eran jóvenes consagradas al servicio de Vesta en Roma. Tenían una interesante y a veces cruel historia. No era nada fácil para una joven romana llegar a ser una vestal. Debían ser niñas entre seis y diez años y pertenecer a una clase social libre. Además no podían tener ningún defecto físico. Las elegían los reyes y pontífices y al ser aceptadas se les cortaba el cabello y las vestían con una gran túnica blanca y diversos tipos de velos.
En cuanto se emancipaban de la tutela paterna, se sometían al control del Pontífice Máximo que las podía condenar a ser enterradas vivas si incumplían sus deberes (especialmente el del voto de castidad) Como hemos visto, debían cuidar que ardiese el fuego eterno del templo de Vesta porque éste era el símbolo del porvenir del Imperio. Si alguna vez se extinguía recibían grandes palizas y todo el pueblo era preso del pánico. Entonces, los sacerdotes reavivaban nuevamente el fuego usando directamente los rayos del sol.
Las jóvenes debían guardar total celibato. Las adúlteras o los hombres que mantuviesen una relación con ellas eran castigados con la pena de muerte. Además, no era una muerte dulce porque realizaban espantosas ceremonias recordando a las divinidades más malignas, y eran después condenadas a bajar a su propia tumba. Allí se les encerraba hasta su muerte con una lamparilla y un poco de aceite, pan, agua y leche.
En contraposición, las que cumplían con su deber, eran colmadas de honores. Todos los magistrados y gentes de menor posición social debían cederles el paso. Su palabra era digna de crédito por sí sola en los juicios, y si se encontraba por la calle a un reo, sólo con afirmar que el encuentro era fortuito, éste quedaba en libertad. Además les eran confiados todos los secretos de Estado y se les reservaban los mejores sitios en el circo. Junto a esto, cualquier gasto que hiciesen era responsabilidad del Estado de por vida.
Generalmente tras pasar treinta años dedicadas a honrar a la diosa, podían abandonar sus funciones y casarse pero tenían perdida su juventud y la mayoría asumían las funciones de cuidado de las novicias.

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